El gobierno de Estados Unidos tiene una larga historia en el uso de
armamento químico y biológico contra la isla caribeña. En 1961-62, la
infame “Operación Mangosta” de la CIA tuvo como propósito causar
enfermedades a los obreros de la caña de azúcar al esparcir químicos en
los cañaverales. Los agentes norteamericanos intentaron en repetidas
ocasiones contaminar el azúcar cubano para la exportación. Más tarde la
CIA admitió que durante los años 60 emprendió una “investigación”
clandestina para montar una guerra contra las cosechas de varios países
bajo el programa MK-ULTRA, pero dijo que sus registros habían sido
destruidos. Al final de la década, cuando Castro intentó movilizar a la
población para conseguir una zafra de 10 millones de toneladas de
azúcar, al margen de las estupideces de la rampante burocracia, la CIA
saboteó la cosecha manipulando nubes para producir lluvias torrenciales
en las provincias vecinas y dejando los campos de caña secos (ver
William Blum, Killing Hope: U.S. Military and CIA Interventions Since
World War II[Common Courage Press, 1995]).Después de dicho “éxito”,
EE.UU. se preparó para introducir la fiebre porcina africana en Cuba en
1971. Éste fue el primer brote de fiebre porcina en el Hemisferio
Occidental. Como resultado de la epidemia, Cuba se vio forzada a
sacrificar por completo a su población porcina (alrededor de medio
millón de animales), eliminando así el abasto de carne de puerco, pilar
de la dieta cubana. Cuando portavoces del gobierno cubano acusaron por
primera vez a Washington de haber lanzado un ataque biológico, miembros
del gobierno norteamericano negaron su responsabilidad con desdén. Sin
embargo, seis años después, tras las investigaciones del Congreso que
siguieron al escándalo Watergate sobre los tejemanejes de las agencias
de inteligencia norteamericanas, un periódico neoyorquino informó que
una “fuente de la inteligencia de EE.UU.” dijo al periódico que “había
recibido el virus en un contenedor sellado y sin etiqueta en una base
militar de EE.UU. con campo de entrenamiento de la CIA en Panamá con
instrucciones de entregarlos a un grupo anticastrista” (“CIA Link to
Cuban Pig Virus Reported”, Newsday, 10 de enero de 1977). El artículo
explicaba en detalle cómo el virus fue transferido de Fort Gulick a
Cuba.Una década más tarde, EE.UU. introdujo una virulenta variedad de
dengue en Cuba, que tuvo como resultado el que 273,000 personas
contrajeran la enfermedad en la isla y murieran 158, de los cuales 101
eran niños. Un artículo en Covert Action (verano de 1982) describía en
detalle los experimentos de EE.UU. con dengue en el centro de armamento
químico y biológico del Ejército en Fort Detrkick, así como sus
investigaciones sobre el mosquito Aedes aegypti que lo transmite. El
artículo señalaba que Cuba fue el único país de la región del Caribe que
se vio afectado por esta enfermedad, y concluía que “la epidemia del
dengue pudo haber sido una operación norteamericana encubierta”. Dos
años más tarde, un dirigente del grupo terrorista gusano Omega 7,
Eduardo Víctor Arocena Pérez , admitió (en un juicio en Manhattan en el
que fue sentenciado por el asesinato de un miembro de la misión
diplomática cubana ante la ONU) que uno de sus grupos tuvo como misión
“introducir algunos gérmenes en Cuba para usarlos contra los soviéticos y
contra la economía cubana, para empezar lo que se ha llamado una guerra
química” justo antes de que se reportaran brotes simultáneos de dengue
hemorrágico, conjuntivitis hemorrágica, moho del tabaco, hongos en la
caña de azúcar, así como un nuevo brote de fiebre porcina africana
(Covert Action, otoño de 1984).Éstos son apenas algunos de los casos más
espectaculares y mejor documentados de la guerra biológica lanzada por
EE.UU. contra Cuba. James Banford en su libro Body of Secrets
(Doubleday, 2001) reveló que mientras el Pentágono se encontraba
refinando sus planes para llevar a cabo un ataque biológico contra Cuba,
en la “Operación Northwoods”, el ejército norteamericano desarrolló
planes para simular accidentes y causar ira popular. Esto incluyó el
asesinar personas en la calle en los EE.UU., el hundimiento de barcos de
refugiados en alta mar, así como la destrucción de un barco
norteamericano en Guantánamo. No se trató de meros planes de
contingencia. Fueron esbozados por el general Lyman Lemnitzer, rabioso
anticomunista que encabezó el
Estado Mayor Conjunto, a sugerencia del
presidente norteamericano (y ex general) Eisenhower, y recibieron el
visto bueno de todos los jefes del servicio. Pero palidecen en
comparación con la operación cuyo nombre código fue “Plan Marshall”, que
habría de lanzarse si las fuerzas norteamericanas hubieran invadido
Cuba durante la crisis de los misiles en 1962.El plan consistía en
atacar toda Cuba con agentes incapacitantes, como parte de un ataque
biológico que afectaría a millones de cubanos. El director científico en
Fort Detrick dijo que una alternativa considerada era la de rociar las
tropas cubanas con la letal toxina botulínica, argumentando que eso
“sería buena cosa”, puesto que salvaría vidas norteamericanas en la
invasión. Judith Miller, que habla sobre este plan en su libro Germs:
Biological Weapons and America’s Secret War (Simon & Schuster,
2001) dice que se trataba de un “cocktail” de dos gérmenes y toxinas
biológicas que producían náusea extrema, fiebres de hasta 40 grados
(cercanas a las que producen estados de coma y la muerte), encefalitis
equina venezolana y fiebre Q. “Equipos de Pine Bluff [la principal
planta de armas químicas de EE.UU.] prepararon cientos de galones de
este cocktail, suficientes para llenar una alberca”, según dice Miller.
El jefe de Pine Bluff dijo: “Podríamos movilizar nuestras fuerzas, tomar
el país y eso sería todo”.El director de Fort Detrick dijo que había un
“aspecto humanista” del plan, puesto que reduciría el número de bajas
debidas al combate. El plan consistía en rociar de oriente a poniente,
para aprovechar los vientos alisios para cubrir a La Habana. Esta
“humana” guerra biológica de Estados Unidos “únicamente” mataría al 1 ó 2
por ciento de la población cubana. Dado que la población cubana en esa
época era de 7 millones, esto significa que el Pentágono planeaba
asesinar a entre 70,000 y 140,000 civiles cubanos. El número real de
muertes habría sido, probablemente, muchísimo mayor. Cuando el biólogo
de Harvard Matthew Meselson supo del plan, fue con su antiguo colega
McGeorge Bundy, el genio maligno de la Guerra de Vietnam que fungió como
asesor de seguridad nacional del presidente John Kennedy. Bundy
prometió que el Plan Marshall ya no sería considerado entre los planes
de guerra. Sin embargo, según Miller, “la verdad es que los gérmenes se
mantuvieron en los planes de guerra, según dijeron ex funcionarios
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