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Las mediciones del observatorio Mauna Loa, en Hawái, aseguran que durante mayo los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera alcanzaron un récord histórico, una marca que no se rompía desde hace, aproximadamente, 4,5 millones de años.
El camino del no retorno. Se parece un poco a eso, puesto que el dióxido de carbono es uno de los gases responsables de fenómenos como el efecto invernadero, que a su vez es uno de los factores que acelera el calentamiento global, la gran pesadilla ambiental que no sólo amenaza el modo de vida del hombre sino el equilibrio climático de todo el planeta.
Alarmante concentración de CO2
Los datos del observatorio, que hace
mediciones diarias de la atmósfera, señalan que la concentración de
dióxido de carbono superará las 440 partes por millón (ppm), el umbral
que ha sido trazado para intentar mantener estable la temperatura de un
planeta que se calienta; las últimas mediciones mostraban que el
promedio de la semana pasada, por ejemplo, fue de 398,5 ppm.
El umbral por sí solo no dice mucho. Lo
que significa, sin embargo, puede resultar aterrador, si se quiere. Los
cálculos de la comunidad científica estipulan que un aumento de apenas
dos grados centígrados en la temperatura global puede desencadenar una
especie de efecto dominó en los patrones climáticos del planeta, además
de afectar la supervivencia de diferentes especies, comenzando por los
corales, parte fundamental del equilibrio ecológico de los océanos.
Para evitar subir dos grados centígrados
más de temperatura, las emisiones de dióxido de carbono deben reducirse
en un 15% en todo el mundo, hasta ubicarse por debajo de 350 ppm. El
límite propuesto para alcanzar esta meta, algo así como el tiempo de
gracia que aún le queda al planeta, es 2020.
Podría llegar a 4ºC más
Los pronósticos de entidades como el
Banco Mundial y el programa para el medio ambiente de la ONU estiman
que, para finales de este siglo, el planeta podría calentarse hasta
cuatro grados más, o sea dos más de lo inviolable.
¿Cómo llegamos a esto? Varios factores,
cientos incluso. El crecimiento demográfico, por nombrar uno. Hace menos
de dos años la humanidad superó los siete mil millones de habitantes,
un factor que pone una enorme presión en el consumo de recursos, entre
estos la energía. Como casi todo lo relacionado con el hombre, la
distribución energética es un asunto desigual: apenas el 5% de la
población mundial consume más del 20% de la energía generada en el
planeta.
Energía es uno de los alimentos
preferidos de la bestia del progreso, una criatura que ha permitido que,
por ejemplo, los ciudadanos de Beijing registren la entrada de más de
20 mil automóviles a sus calles cada mes o que más de 20 ciudades chinas
se encuentren expandiendo sus sistemas de transporte férreo, bien sean
metros o trenes de alta velocidad; el promedio de los habitantes de
Shanghai puede comprar hoy dos dispositivos de aire acondicionado y, al
menos estadísticamente hablando, 1,5 computadores.
Triste conclusión
Para finales del siglo XVIII, en los
comienzos de la Revolución Industrial, los niveles de dióxido de carbono
eran de apenas 280 ppm. La advertencia de los científicos es que, si el
ritmo de emisiones continúa igual que en la última década, la cantidad
de este gas en la atmósfera será de 450 ppm para 2040.
Cualquier persona que haya respirado un
aire con menos de 330 ppm de concentración de dióxido de carbono tiene
más de 100 años hoy. Un dato triste, por decir lo menos.
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